Solo quien lo ha vivido puede intentar describir la sensación: Conducir cada día por una gran ciudad hermosamente desierta, caminar entre calles curiosamente distintas y vacías, por la que solo transitaban servicios esenciales y una primavera desbocada… Cumplir escrupulosamente los protocolos de separación y desinfección e incorporarse a un dispositivo compuesto por un ejército de psicólogos al teléfono, dispuestos a darlo todo en cada llamada recibida. Sentirte preparada y descolgar.
Descolgar un teléfono sin saber qué ni quién vas a encontrar al otro lado. Normalmente un susurro, un llanto, una historia. Habitualmente una vivencia cargada de alta emoción: tristeza, frustración, enfado, desconsuelo. La tragedia. Una tragedia vivida en primera persona, azotando a una familia, rompiendo una historia de amor, difuminando el legado de alguien importante. Escuchar, arropar, acoger y aconsejar. En ocasiones más no se podía. Muchas veces con eso era suficiente… al menos al principio.
Estas líneas están dedicadas a todos aquellos que vivieron la pandemia como protagonistas, contagiándose, viendo el sufrimiento de otros y, en el peor de los casos, diciendo adiós a alguien amado sin poder decir adiós. Sin ver su rostro por última vez, sin poder decir “gracias” o “te quiero”, sin poder tomar su mano en el último suspiro. Esas personas, sometidas a un confinamiento de emergencia en el peor momento de sus vidas, un momento para el que ninguno estaba preparado. Ellos, a mi modo, de ver han resultado ser, en definitiva, los verdaderos héroes y supervivientes de este momento histórico.
Por ellos intentamos dar nuestro todo psicológico durante estos meses: nuestros conocimientos, nuestro buen hacer, nuestra experiencia… con la ilusión de poder suavizar, amortiguar ese gran golpe que les ha dado este virus. Intentando hacer una psicología útil, terapias breves que no tengo tan claro si fueron psicología de emergencia, de supervivencia o de pura guerra.
Hemos procurado, por y para ellos, acompañar lo imposible, ayudar lo inayudable y resolver lo irresoluble…
Ahora, en el momento de finalizar nuestro trabajo, me surge la necesidad de decir “lo siento”. Ojalá no hubiese sido necesario tanto. Lamento enormemente no haber podido continuar a vuestro lado. Sé que para cada uno de vosotros la tormenta aún no ha terminado. Y es muy frustrante pensar en ello.
No olvidaré ninguna de las voces, ninguna de las historias, prometo no olvidar a ningún héroe. Ha sido un honor estar ahí, al otro lado del teléfono.
Ojalá nos hubiésemos podido decir adiós sonriendo con los ojos, en lugar de hacerlo con la voz.
Jamás se podŕán olvidar tus palabras de aliento, cariño y amor. Las palabras adecuadas que calmaban la rabia, la irá y tambien la tristeza. No te conozco, pero sé que has sido mi ángel de la guarda. Gracias por todo el apoyo.
Gracias por tus palabras. Son el mejor regalo. Si es como dices, quiero que sepas que estás en mi pensamiento. Un honor acompañarte en un momento tan importante.